Bajo el pretexto de deshacerse de armas de destrucción masiva y de liberar a los iraquíes del yugo de Sadam Husein, la coalición internacional liderada por Estados Unidos, invadió Irak en 2003. Pero 20 años después, el país está aún en proceso de reconstrucción, con un sistema político inestable y sobrevive gracias a una peligrosa dependencia casi exclusiva del petróleo.
En el famoso discurso “Mission Accomplished” (misión cumplida) desde el portaaviones USS Abraham Lincoln, el 1 de mayo de 2003, el presidente estadounidense George W. Bush celebró que “Irak es libre” y afirmó que el papel de las tropas de la coalición pasaba a ser el de “asegurar y reconstruir el país”.
Pero Irak aún sufre las consecuencias de la invasión que, sumada a la rampante corrupción de la clase gobernante instaurada durante la ocupación, ha estancado en un espiral de crisis a uno de los países más ricos en petróleo del planeta.
¿El fin justificaba los medios?
“Si echas la vista atrás, era necesario deshacerse de Sadam, pero no mediante una invasión. Se avecinaban algunos cambios de base, cambios sociales dentro de Irak. Hubiera sido buena idea limitar la invasión simplemente a acabar con Sadam y con su círculo, y no destruir todo el país y sus instituciones”, dice a EFE Sarkawt Shams, hasta 2021 diputado en el Parlamento iraquí al frente de una formación kurda.
Los años de la ocupación dejaron entre 100.000 y 500.000 de muertos, según diferentes estimaciones, además de miles de millones de dólares perdidos y un Estado que, a día de hoy, sigue sin poder suministrar electricidad de forma continua a sus ciudadanos.
Para el también ex diputado de la formación suní Bayarek al Jayr, Mohamed Othman al Khalidi, “el deterioro de los servicios y de la infraestructura, la alta pobreza, el desempleo, el desplazamiento forzado y la sensación de inestabilidad” son “el elevado precio” que se pagó por liberarse de Sadam Husein.
Y es que los sucesivos conflictos, como la guerra sectaria que entre 2006 y 2008 ensangrentó el país, o la devastación provocada por el grupo terrorista Estado Islámico entre 2014 y 2017 han dejado al país muy mal parado y han minado los esfuerzos realizados para garantizar la estabilidad y el desarrollo de Irak.
¿Son libres los iraquíes?
Tras la caída del dictador, Estados Unidos asumió el mando político de Irak e instauró, bajo una suerte de «virreinato» de Paul Bremer, a una serie de líderes opositores al antiguo régimen que se encontraban en el exilio, a los que se les encomendó construir un país de cero.
“El legado (de la invasión) es traer a políticos exiliados incompetentes para gobernar y dejar el país en manos de señores de la guerra, mientras que Estados Unidos no garantizó la supervivencia de la sociedad civil”, asegura Shams.
De acuerdo con Al Khalidi, la caída de Sadam y la falta de planificación del proceso de transición supuso también la proliferación de grupos armados, como es el caso de Al Qaeda, y de milicias leales a clérigos chiíes y a líderes políticos que “impusieron su dominio” en Irak, algo que a día de hoy sigue ocurriendo, lamenta.
La Constitución iraquí aprobada en 2005, sin embargo, garantizó unos derechos impensables durante Sadam para todas las comunidades religiosas y etnias que componen Irak, que fueron oprimidas durante una dictadura que no toleraba ningún tipo de disidencia o crítica.
Para Salem al Anbaki, parlamentario de actual coalición mayoritaria en el Legislativo de Irak, Al Fatah, la caída de Sadam sí dotó a los iraquíes de una libertad de expresión sin precedentes, al mismo tiempo que de un sistema democrático, pero con «fallas».
Ya lo advirtió Bush desde el USS Abraham Lincoln, al reconocer que “la transición de la dictadura a la democracia llevará tiempo”.
“La pregunta más importante es: ¿Hemos llegado a un proceso político democrático integrado? La respuesta es no”, asegura Al Anbaki, que pone de relieve los altos niveles de corrupción existentes en el país.
Grandes retos
La mala gestión y la destrucción de las instituciones que aún están en vías de recomposición han generado una gran lacra en la que fue la cuna de la civilización universal: la corrupción.
Según Transparencia Internacional, Irak ocupa el puesto 157 de los 180 países en el índice de corrupción, lo que afecta severamente a su reconstrucción y desarrollo.
Los iraquíes no entienden cómo el segundo mayor productor de la OPEP, que genera unos 8.000 millones de dólares al mes en exportación de petróleo, es incapaz de proveer servicios básicos a la población.
Más del 90 % de los ingresos del Estado dependen del crudo, y sirven principalmente para pagar el salario de los trabajadores del sector público, que emplea a más del 60 % de la población.
“No creo que sea justo decir que Irak es un Estado fallido, pero definitivamente es frágil. Seguramente tardará un par de décadas más en ser un actor estable y fuerte en la región”, sentencia Shams.
Con información de EFE / Carles Grau Sivera y Shaalan al Yaburi