La renuncia de Evo Morales a la Presidencia de Bolivia hace tres años marcó una inflexión que ha profundizado la polarización alimentada por las insalvables disidencias entre la oposición y un oficialismo desgastado con expuestas fisuras internas.
Cuando Morales dejó el país un 11 de noviembre, un día después de su renuncia y denunciando un supuesto «golpe de Estado» después de las frustradas elecciones de octubre de 2019 señaladas de «fraudulentas», quedó el estigma de esas dos visiones confrontadas continuamente en las calles o en los espacios políticos como el Parlamento.
Además, la llamada «pacificación» del país, que fue una de las misiones principales de Jeanine Áñez cuando asumió la Presidencia interina el 12 de noviembre de ese año, quedó trastocada con la veintena de civiles muertos en las llamadas «masacres» de Sacaba y Senkata.
A esas heridas de 2019 se suma otro elemento que acentúa la polarización y que tiene que ver con una «nueva configuración territorial» del poder de La Paz hacia Santa Cruz.
En los dos años de gestión de Arce, esa región considerada el motor económico del país, ha activado dos huelgas prolongadas, una en 2021 contra una ley polémica de investigación de ganancia ilícitas y este año el paro por el censo que lleva ya 22 días.
La respuesta del Gobierno y los sectores sociales oficialistas ha sido constante con acusaciones que apuntan a un nuevo «golpe de Estado», el desconocimiento de la democracia y el oponerse a la reactivación económica del país después de la pandemia.
La crisis de 2019 y la salida de Morales también transformaron al Movimiento al Socialismo (MAS), liderado por el exmandatario, provocando una división entre quienes renunciaron y pidieron refugio en algunas embajadas y los que decidieron quedarse en el país y «resistir» en el periodo de transición.
Las causas judiciales impulsadas desde el oficialismo para dar con los responsable de lo que consideran la «ruptura constitucional» en 2019 han despertado progresivamente a una oposición que asumió con resignación el retorno del MAS al Gobierno.
División en el oficialismo
Después de la renuncia de Morales el 10 de noviembre de 2019, tampoco el MAS ha vuelto a ser la fuerza política unida arrolladora y cohesionada alrededor del ex jefe de Estado, a quien aún se le considera el «líder indiscutible» pero que también muchos cuestionan abiertamente.
La tensión interna comenzó a manifestarse cuando Morales y las organizaciones cocaleras del trópico de Cochabamba, su principal bastión político, pidieron que Arce cambie a algunos ministros, algo a lo que el mandatario no accedió.
Luego Morales asumió un constante rol crítico del Gobierno de Arce bajo el criterio de «cuidar al presidente» de la corrupción dentro de su gestión así como de algunos ministros que considera responden a la «derecha».
Analistas consideran que Morales de ser el líder que mantenía la «cohesión» en el MAS pasó a estar «devaluado» y «asedia y ataca permanentemente a Arce» tratando de subordinarlo a la dirigencia de su partido.
Por ello apuntan que en el MAS hay un total quiebre interno y los debates no giran alrededor de los intereses del país sino de intereses corporativos.
Esta misma semana se vivieron dos episodios de esta fractura: dos diputados oficialistas se enfrentaron a puñetazos y una diputada del MAS insultó a Evo Morales calificándolo de «maldito».
Con información de Gabriel Romano de EFE