El país de la “pura vida”, del Estado de bienestar más estable de Latinoamérica, se enfrenta este domingo a unas elecciones que ponen en cuestión la conservación de su sólido sistema democrático y social. La pandemia golpeó muy fuerte la economía de Costa Rica que depende en buena medida del turismo. La pobreza alcanzó el 26%, mientras la riqueza sigue acumulándose en unas pocas manos como en el resto del planeta. La informalidad en los empleos supera el 44%. Y el sistema educativo estatal, gran orgullo de la nación centroamericana y modelo de igualdad social, sufrió un “apagón” en los últimos dos años.
Con promesas de reparar estos daños, hay una insólita lista de 25 candidatos. Obviamente, de todo tipo, forma y medida. Para todos los gustos. Sin embargo, el fenómeno profundizó la confusión generalizada y a pocas horas de ir a las urnas, la posición mayoritaria sigue siendo la de los indecisos. Todo indica que habrá una segunda vuelta el 3 de abril para elegir quién gobernará a partir del 8 de mayo.
Costa Rica rompió su tradicional bipartidismo para adentrarse en gobiernos “alternativos” como los de Luis Guillermo Solís (2014-2018) y Carlos Alvarado (2018-2022) que terminaron con una enorme disconformidad de la población. El partido oficialista de centroizquierda Acción Ciudadana (PAC), no supera el 3% de las intenciones de voto. Parecería que la mayoría de los votantes acude a las dos corrientes tradicionales para intentar enderezar el rumbo.
La última encuesta elaborada por el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica (UCR), indica que el que encabeza las preferencias con apenas un 17% es el ex presidente José María Figueres del PLN. Este ingeniero industrial es el representante más rancio del establishment costarricense. Tiene 67 años y es hijo de José Figueres, una figura destacada de la política del siglo XX. Fue director ejecutivo del Foro Económico Mundial hasta 2004, cuando tuvo que renunciar a causa de un escándalo por un “asesoramiento” a la empresa francesa Alcatel en contratos de las redes telefónicas y de Internet. También está afectado por el hecho de que cinco alcaldes de su partido fueron acusados de colaborar con bandas de narcotraficantes. El lema de su campaña es: “Tengamos un presidente otra vez”.
Lineth Saborío, del PUSC, está segunda con el 13% de la intención de voto. Es una abogada de 61 años y ejerció la vicepresidencia entre el 2002 y 2006. También ocupó el cargo de directora de la policía judicial. Tiene una muy buena imagen general y está limpia de casos de corrupción. Eso le puede dar una ventaja importante si llega a la segunda vuelta, sobre todo si utiliza una carta muy popular contra quien sería su principal rival, Figueres. En las calles de San José se lo apoda “el militar” por su formación en la academia estadounidense de West Point y consideran que podría terminar con uno de los grandes pilares de la democracia costarricense que lo convierten en uno de los pocos países del mundo que no cuenta con un ejército.
Y el tercero en discordia es Fabricio Alvarado, un periodista televisivo, cantante y predicador evangelista de 47 años que ya sorprendió en las últimas elecciones cuando fue el más votado y pasó a la segunda ronda. Tiene el 10% de las preferencias. Se presenta como un típico candidato que promete reformas económicas y mano dura, sin conexiones con la “vieja política”.
Más abajo están algunas opciones de izquierda. Rodrigo Chaves, del Partido Progreso Social Democrático, con un 8%; José María Villalta, de Frente Amplio, con el 7%; y Eli Feinzag, del Partido Liberal Progresista, con un 5%.
La lucha por los 57 asientos en el Congreso, también está muy disputada. La actual legislatura está dominada por el Partido de Liberación Nacional (PLN), nacido en el centro-izquierda a mediados del siglo XX. Se espera que esta enorme ristra de partidos y candidatos deje un Legislativo muy fragmentado.